EDGARDO MALASPINA EN LA CASA DE ANDRÉS ELOY BLANCO EN CUMANÁ

EDGARDO MALASPINA EN LA CASA DE ANDRÉS ELOY BLANCO EN CUMANÁ

sábado, 29 de abril de 2017

EN CHABASQUÉN

EN CHABASQUÉN
Edgardo Malaspina
Llegamos a Paraíso de  Chabasquén por una carretera empinada. Seguimos la ruta de la Campaña Admirable. Eran casi las cuatro de la tarde. Nos reciben en el Museo Arqueológico de la ciudad. El director del museo nos da la mano y se presenta: Luis. Así a secas, con mucha sencillez, con mucha modestia. Luis ha recolectado innumerables piezas que adornan el museo: hachas antiguas, armas  de fuego, instrumentos musicales, herramientas de trabajo, botellas, pinturas, y muchos otros objetos que la gente ha donado en cariñoso gesto para conservar la memoria del pueblo. 
Julio Mendoza, el cronista de Chabasquén, es un hombre pequeño de estatura, pero grande de corazón. Es un profesor jubilado. Enseñaba castellano y literatura en el liceo, y ahora se dedica  con mucho entusiasmo a escribir la historia de su pueblo. Julio nos da la bienvenida con un trago de cocuy que carga en  una garrafa y nos acompaña hasta el hotel Punto Criollo, frente al Cerro Mulato. Fernando Rodríguez después de probar la bebida espirituosa dice: “ese trago me regañó, lo mío es whisky”. Julio señala hacia la intrincada montaña y afirma que por allí pasó José Félix Ribas, el héroe de la Campaña Admirable. 
Punto Criollo es uno de esos hoteles  acogedores de pueblo. Todo tiene una chapa antigua, familiar. La habitación es pequeña con paredes desvaídas pero limpias. El piso de cemento es rojo con matices descoloridos. Hay una mesa de madera y eso me gusta. No tolero las de hierro. Son frías en todos los sentidos.
 A las seis estamos en la Villa del Paraíso, un restaurant muy pequeño. Luego nos vamos nuevamente al museo. Nos acompaña Esención, una hermosa chica a quien le manifiesto que su nombre seguramente es Asunción,  y que por las conocidas deficiencias idiomáticas de los registradores de hace algunos años, le fue cambiado. Su risa sólo tiene una traducción: eso es imposible. 
Nos encontramos con un obelisco. Seguimos unas cuadras más por la calle principal. Hay casas viejas  bien restauradas en estilo colonial con colores muy vivos y grandes ventanales de hierro. En el museo se prepara una velada artística. Julio dice que el nombre de la ciudad se relaciona con la flor paraíso, y agrega que el pueblo es fácil de querer y difícil de olvidar. Y tiene razón.
 Un grupo de niños baila el tamunangue,  y percibo en el canto y el baile un aire de tristeza. Mientras el conjunto “Cuerdas del Paraíso” toca valses nos obsequian con vino de mora y cocuy.
 Ya en el hotel ojeo  los libros que me regaló Julio: De oro púrpura y Rostros de la niebla. Ambos de su autoría. En el primero hay crónicas nostálgicas: “Cuando después de tantos años de ausencia volvemos al lar que nos vio nacer, lo primero que aflora en la reminiscencia son los tiempos inolvidables de la juventud. Correr descalzos por la ribera del Chabasquensito , o del río negro, comerse las guayabas  en los potreros del Vargas & Valero, irse río abajo dándole topes a las piedras para pescar cascarrones y lisas…”
 Rostros de la niebla es un poemario. Lo abro y cae en Arroyito campesino: Arroyito cantarino/que vienes de la montaña/lanzando susurros entre la corriente/guardas en tus pozos pececitos  tiernos/flores de bucare y espejos de tiempo.
Cerca del hotel pasa el río de los recuerdos de Julio. Me duermo con la música apacible del correr de sus aguas.













sábado, 11 de marzo de 2017

EN CORO

EN CORO

Edgardo Malaspina

En Coro durante la sesión solemne se habla de la fundación de la ciudad por Juan de Ampíes el 26 de julio de 1527;  de la presencia de Ambrosio Alfínger en 1528; la insurrección   de José Leonardo Chirino en 1795 y de Josefa Camejo, la heroína independentista de la región.  En el descanso conversamos mucho sobre crónicas.

 Botello habla de las memorias de Ramón Páez y del anexo con referencias a la expedición Iturbe. También menciona al Tuerto Vargas y de las curaciones de enfermedades dermatológicas que hacía con el fruto del piñón. El Tuerto, dice Oldman, le regaló unas botas altas de cuero a Rafael Rangel para sus investigaciones en el llano. Fernando habla de Boves y su intento de incendiar a Ortiz. No lo hizo porque una anciana curo sus heridas de combates anteriores y en agradecimiento decidió perdonar al pueblo. 

Fernando nos enseña una oración para vencer a los enemigos: “Virgen de Monte Carmelo, arrópalo con tu manto y barájalo contra suelo”. Es muy efectiva, afirma. 

Héctor, cronista de Siquisiqui, habla extensamente del cocuy, su producción desde la penca hasta su filtración. Ha estudiado profundamente el proceso de destilación y lo ha mejorado notablemente. Dice que este licor tiene propiedades medicinales. Tomo un trago de su cocuy: el olor es el mismo, penetrante y desagradable, pero su sabor es mucho más suave que otros que he probado. Héctor continúa hablando: en los bares de mi pueblo, los sobrados de los tragos se recogen en una copa para brindar a los borrachitos. Ese trago se llama triquilín… 

Anselmo Castillo, cronista de Sanare, estudió para cura, cumplió con todos los requisitos, pero al final no quiso graduarse “por cuestiones de fe”. Explica las propiedades bondadosas  del limón para conservar una buena salud: “El primer día en ayunas se bebe el sumo de un limón, dos en el segundo y así hasta llegar a ingerir el sumo de siete limones; luego se empieza a disminuir la dosis hasta llegar al sumo de un solo limón.”
Adrián Monasterio, cronista de Higuerote, habla de los santos y las creencias con influencia africana. “Eso de que cuando hay santo nuevo, los viejos no hacen milagros es muy sencillo: se le pide a la imagen de un santo y si no cumple se le insulta y se le destroza. Se busca una imagen nueva que por lo general cumple las peticiones”. Luego habla de San Pascual Bailón, quien según él, es el patrono de las mujeres con problemas ginecológicos en los pueblos del Estado Miranda. En la fiesta la mujer, sin prendas íntimas, baila delante del santo. Se le acerca, se levanta la falda y canta: ce y  u cu, ele y o lo”. San Pascual Bailón al rezar se emocionaba tanto que empezaba a bailar.

 Hicimos un recorrido por la ciudad. La Cruz de San Clemente, testigo de la primera misa en América del Sur; el Balcón de Bolívar, donde el Libertador pernoctó en 1826; la estatua de Juan de Ampíes, fundador de la ciudad; el Balcón de Arcaya, casa colonial testigo de muchos hechos históricos; el Museo de Arte de Coro; la casa natal de Alí Primera ;el monumento al primer obispo de Venezuela, Rodrigo de Bastidas; y la casa del doctor Víctor Soto, descubridor de la bilharzia en Venezuela. Luego fuimos a la Vela de Coro, y como en un juego de niños tratamos en la playa  de ubicar el lugar exacto del desembarco de Miranda.

 Otro día  viajamos a los Médanos. Es una inmensa porción de arena silbante en constante movimiento. El viento desgata la roca, la muele y la convierte en polvillo que se acumula y forma ese espacio desértico para que nuestro paisaje nacional no carezca de ninguna manifestación geográfica de la naturaleza. Las dunas y los cactus son parte de ese panorama que a veces nos evoca, de manera lírica,  a la tristeza y la soledad. A la derecha del camino está la capilla de las Ánimas de Guasare. La leyenda dice que allí fue encontrada una osamenta correspondiente a gente que murió durante una hambruna. En busca de comida encontraron la muerte. Como en muchos lugares de  Venezuela, el pueblo convirtió  los huesos en motivo para la veneración religiosa.



















 La carretera es buena. De ambos lados el paisaje lo conforman cujíes y cactos. Chivos y burros son los únicos representantes de la fauna que observo. Vallas con figuras de asnos anuncian el posible peligro de chocar con ellos.


viernes, 6 de enero de 2017

EN EL MUSEO DEL TÁCHIRA

EN EL MUSEO DEL TÁCHIRA



Por cuarta vez visito San Cristóbal. Hago una caminata por la avenida Ferrero Tamayo, nombre de un prominente ciudadano tachirense, y luego voy al Museo del Táchira. Está ubicado en una antigua hacienda llamada Paramillo, cuyos orígenes se remontan a 1593. La casona del museo, que funciona como tal desde la década de los ochenta del siglo XX, empezó a construirse en 1750. Allí estuvo un convento de los padres Agustinos. Se llega al museo por un camino de piedras. Tiene un patio con ladrillos originales, un jardín,  un trapiche y un molino de  café. Hay varias salas como la Ciencias Naturales, Arqueología, Historia y Tradiciones. Me llama la atención un estuche para hacer tomas de sangre, usado a principios del siglo XX. El Museo coordina otros más del estado, pertenecientes a una red que abarca todos los municipios del Táchira. De todos los museos regionales que he visitado, este me parece el más bellamente  organizado.