EDGARDO MALASPINA EN LA CASA DE ANDRÉS ELOY BLANCO EN CUMANÁ

EDGARDO MALASPINA EN LA CASA DE ANDRÉS ELOY BLANCO EN CUMANÁ

lunes, 11 de abril de 2016

EN CUMANÁ (2008)

EN CUMANÁ
(2008)
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Partimos hacia Cumaná a las cinco de la mañana para asistir a los XXIX Juegos Deportivos Médicos. Viajo con el doctor Alexis Castrillo. A las siete estamos en Altagracia de Orituco y desayunamos. Nos detenemos en  Mochima para almorzar. El lugar es bello, junto al mar, y adornado con una enorme, y aparentemente, muy vieja ancla.
  Ya en Cumaná nos hospedamos en el hotel Nueva Toledo. No pudimos asistir al desfile inaugural por lo tarde que llegamos a la ciudad.

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    No son las seis y todo está muy claro. Camino hasta el Colegio de Médicos. Desde el hotel hasta allá no son más de veinte minutos. Sopla la brisa, fresca y olorosa a mar.
 Nos corresponde jugar ajedrez con Nueva Esparta. Mi contendor es el Dr. Carlos Anes de Margarita. Dice que su apellido sólo se encuentra en la isla. Él empieza ganando, pero me recupero y tomo la delantera. Terminamos haciendo tablas.  Creo que pude haber ganado, pero el ajedrez es como la vida misma: una cacería de oportunidades que muchas veces pasan delante de nosotros sin que las notemos. Aprendí una lección: en el ajedrez es mejor ir lento, porque la batalla es de paciencia. Mi error fue intentar ganar por la vía rápida.
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  A propósito del ajedrez leo que murió Fischer en Reykiavik, perseguido por el gobierno norteamericano. Murió atormentado y leyendo en una librería que le recordaba a su preferida en la infancia en Nueva York. Los libros fueron su paño de lágrimas.
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  Voy al centro de la ciudad. Los museos no trabajan. Visito el castillo de San Antonio de la Eminencia. Diego, un sociólogo desempleado, me informa que él forma parte de una asociación de amigos del castillo. Su trabajo es voluntario. El castillo fue construido en el siglo XVII para enfrentar los ataques de los piratas. Tiene forma de estrella de cuatro puntas que indican los puntos cardinales.  Desde el  castillo se observa la isla de Margarita, en la lejanía. El guía dice que el castillo estuvo más cerca del mar, pero que éste se ha ido retirando. “Mi abuelo fue testigo del último retiro de las aguas en 1929”, afirma con orgullo. El guía me muestra los bloques con los cuales construyeron el castillo. Habla de calicantos, corales, etc. Llegamos hasta los cañones oxidados y que fueron capturados a los piratas. Veo una prensa para hacer tabacos o puros. Era labor realizada por los soldados para aliviar su situación económica. Más allá los grillos o cadenas con bolas pesadas; la “prisión del olvido”. Allí el preso era lanzado a una muerte segura: la tal prisión, sin ventanas, era tan baja, que un hombre debe estar siempre agachado.

  Veo el cuartucho donde estuvo detenido José Antonio Páez por razones políticas en 1849. Páez se encontraba en el exilio y regresó para tratar de derrocar a José Tadeo Monagas. Los amigos le habían prometido dinero, hombres y armas para la restauración. Lo dejaron solo y se rindió. Lo llevaron a Valencia sobre un caballo castaño. Cubría su cabeza con un sombrero de hule amarillo, y su cuerpo con una cobija azul. El gobernador de Valencia lo encerró en un calabozo con pesados grillos. Lo trasladaron a Caracas. Ezequiel Zamora dirigió el traslado. Ramón Hernández dice que “en el trayecto congregaron gente para que gritara ¡Muera Páez!, que el general de los hombres libres mandaba a sus reclutas a repetir”.
Le hicieron peticiones a Monagas para que liberara al Centauro, pero lo envió al castillo de San Antonio de la Eminencia. Los amigos lo visitaban y las mujeres querían verlo por la ventana del calabozo.
Páez se enfermó de los pulmones. El calabozo no permitía la entrada de aire. La gente protestó y lo enviaron al hospital militar. Monagas lo expulsó del país en 1850, y Páez  se embarcó hacia Saint Thomas. Al salir del castillo de San Antonio de la Eminencia una multitud lo aplaudió por largo rato. Pienso en estos hechos mientras contemplo la celda lúgubre y fría con unos grillos sobre unos bloques.



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  Parto a la iglesia de Santa Inés. Al lado están las ruinas del castillo de Santa María de la Cabeza, construido entre 1669 y 1673. Camino por la calle Sucre.  La casa natal de Andrés Eloy Blanco está cerrada. Al lado está la residencia del gobernador, y al frente las ruinas de la gobernación construida en 1930 e incendiada en  1998.
En la tarde voy a la playa San Luis, muy cerca del hotel. Llego a las tres y tanto. Pido pescado y me traen corocoro. Leo la biografía de Andrés Eloy Blanco. Oscurece mientras leo y no tengo tiempo de echarme un baño.
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  Camino con el Dr. Navis Márquez por la avenida Universidad de Oriente. Juego ajedrez con el representante de Aragua. Hacemos  tablas. Voy a la casa de José Ramos Sucre. El solariego lar de José Antonio Ramos Sucre, considerado el iniciador de la modernidad literaria venezolana, es una casona amplia. Allí se siente la presencia del bardo trágico de  giros deslumbrantes, hermosos y misteriosos. Allí están sus enseres, sus libros, fuentes de historias, mitos y leyendas que poblaron su maravilloso mundo poético. Visito la casa natal de Andrés Eloy Blanco con el escritorio hecho  por el propio vate, el consultorio médico de su padre y los viejos tomos en la biblioteca (“ ¡Mi casona oriental! Aquella casa/con claustros coloniales, portón y enredaderas/ “), todo celosamente cuidado por el amable guía; y el patio  donde crece,  un descendiente en quinta generación del “gran parral que daba todo el año uvas más dulces que la miel de abejas”.  Y entonces recordé a mi maestra de primaria, Dalila de Arbeláez , cuando me enseñó a recitar los versos de La Hija de Jairo: “y Ella se alzó, delgada de martirio,/ y una voz le subió por la garganta/ como una abeja que abandona un lirio”.

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   En la mañana hago una caminata hasta la playa. Juego ajedrez y gano. Recorro la ciudad. Al lado del teatro Luis Mariano Rivera una placa nos dice que allí una vez vivió Don Andrés Bello;  otra nos informa que   en 1820 se realizó la primera cesárea en América ; otra más nos muestra la impronta de Humboldt ; y una plaza con el busto de Vargas es la señal de la estancia del sabio médico .Pero el verdadero banquete literario lo representa la visita a la última morada de Cruz Salmerón Acosta en Manicuare, a donde nos dirigimos en una pequeña embarcación o Tapaito ,para contemplar el mismo mar que le inspiro su inmortal soneto Azul y oír al guía , José Pereda, habla del bardo y sus sufrimientos .Tantos amargos momentos hacen que se encierre en esa humilde casa. Una casita de apenas dos cuartos: un dormitorio y un baño con tina para tratarse la lepra con sales y yerbas.  C. S no quiere que su novia comparta su destino, no permite que lo visite y sólo la contacta a través de cartas. Alcanza un estado de sublimación freudiana y se dedica intensamente a la producción poética. La renuncia al amor de la novia constituye un inmenso dolor y la describe: “como una adolescente rubia, de candor angélico y voz con dulce suavidad de arrullo y alegría de gorjeo, y con unos incomparables ojos azules y tristes como el azul doliente de un país en exilio”. El azul del cielo, el azul de mar, el azul de los ojos de la novia  crean la atmósfera que impregna el mencionado poema.
  Regreso. De Manicuare hasta Araya hay sólo 15 minutos en auto. El camino, de rocas , cujies y cactus es agradable por el aire seco del mar. Contemplo la laguna de donde se extrae la sal. Visito las ruinas del castillo de Santiago del Arroyo de Araya. Fue construido por los españoles en el siglo XV para que los piratas no se robaran la sal. Me siento en el restaurant Araya Mar para almorzar y contemplar las olas.
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  Llego hasta donde se supone estuvo la casa donde nació el general Sucre. Pero no hay ningún monumento porque el sitio no ha sido precisado. El Museo de Gran Mariscal de Ayacucho es amplio. Allí está su partida de nacimiento y algunas pertenencias de su esposa. Ceno en la playa mientras leo la biografía de Andrés Eloy Blanco.
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  Me despierto a las tres de la madrugada. Continúo la lectura de la biografía de AEB. Por la ventana penetra la  brisa marina y el ruido de las olas. A las seis camino hasta la playa. Unos pescadores laboran desde una pequeña embarcación. Lanzan la red y recogen muchos peces. En la playa hay muchos perros que no dejan de ladrar nunca.
 Me dirijo al Museo del Mar. Se nos atraviesa un entierro. El silencio es sepulcral, en correspondencia con el momento. El taxista dice: “Es de gente decente”. Luego nos encontramos con otro cortejo fúnebre. La gente acompaña al difunto con música y aguardiente. El taxista habla nuevamente: “Es de malandros”.
  En el museo hay varias colecciones de fósiles y esqueletos de ballenas y otros animales marinos. La atracción principal es el  celacanto, un pez fósil que vivió hace 400 millones de años.











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